jueves, 6 de julio de 2017

JOYCE CAROL OATES: "REY DE PICAS: UNA NOVELA DE SUSPENSE"


-Cariño, ¿me estás espiando? Confío en que no.

-¿Espiarte…? No; me… me pareció que había oído…

-Subamos, por favor. Me iba ya.

       Tratando de sonreír a mi querida esposa. Esforzándome por no parecer brusco, irritado.

(…)

      También me molestaba que se hubiera maquillado –lápiz de labios de un rojo coral pálido y nariz empolvada, además de collar y pulsera de plata-, lo que indicaba que había estado en la Friends School aquel día, con sus colegas. Se había vestido con elegancia y se había peinado de otra manera. Llevaba un calzado llamativo: sandalias abiertas por detrás, de tacones bajos, que tuve la seguridad de no haber visto nunca. En casa, a solas con su marido Andrew, raras veces se tomaba la molestia de maquillarse y vestía vaqueros, camisas y jerséis informes y un viejo par de zapatillas deportivas.

(…)

-Andrew, ¿por qué pareces tan… enfadado? Lo siento mucho si te he molestado… no estaba “espiándote”, de verdad que no… Acabo de llegar a casa y se me ha ocurrido decirte hola… No estabas en tu estudio… Me ha parecido oír voces en el sótano…

(…)

     Nos encontrábamos ya en el piso de arriba. Irina me rehuía. Tartamudeando y como si se disculpara, (…)

-Lo siento mucho (…) ¿Por qué le das tanta importancia? ¿Por qué estás tan enfadado?

      Advertí miedo en los ojos de aquella mujer. ¿Por qué demonios le doy miedo a mi esposa?

-¡No estoy enfadado, Irina! Eso es un insulto.

       Irina seguía rehuyéndome, y se habría marchado a toda prisa de no ser porque mi mano alcanzó a sujetarla por el hombro; pero dio un gritito de sorpresa y de dolor y la solté en el acto.

   Nos miramos durante un momento, los dos conmocionados y jadeantes. No podía creer que mi mujer me hubiese forzado a comportarme de una forma totalmente contraria a mi manera de ser, ni que empeorase la situación diciendo, medio entre sollozos:

       -No te soporto cuando bebes, Andrew. No eres tú… me asustas.

        -Eso es un insulto. No he estado bebiendo.

        Irina me dejó y subió corriendo las escaleras.





       Durante toda la noche y parte del día siguiente Irina me evitó. (…)

        -(…) Le pediré disculpas a Irina. Nunca volveré a beber.



      Muy de mañana, antes de que yo estuviera del todo despierto, Irina se había marchado a la Friends School. Por vez primera en nuestro matrimonio uno de los dos se había ausentado sin despedirse del otro.

(…)

      -¿Irina? Lo siento mucho. No sé qué es lo que me pasó… No me di cuenta de que había estado bebiendo tanto. Ni siquiera me di cuenta de que bebía, así de sencillo.

      Le hablaba con sus delicadas manos entre las mías. Acariciándole los dedos, rígidos entre los míos, sin resistirse del todo, pero sin ceder tampoco.

(…)

      -¿Me perdonas, Irina? Te prometo que no volverá a suceder.

     Irina tenía los ojos bajos. Su actitud era sumisa, cautelosa.

        -Es la tensión a la que he estado sometido y de la que no había querido hablarte…

(…)

        Mi carrera, no la suya. ¿Por qué Irina Kacinzk no había luchado con más convicción, por qué se había sometido a mí?

        Mi esposa había estado fuera todo el día –desde más o menos las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde-, sin contestar a ninguna de mis numerosas llamadas a su móvil. Había herido sus sentimientos, por supuesto. Una mujer también tiene orgullo, y no debe permitirse parecer más sumisa de los necesario en el matrimonio. De todos modos mi querida Irina sentía tanta devoción por mí, y su subsistencia dependía tanto de Andrew J. Rush, que sin vacilar un instante se interesó por mi situación.

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